Domingo Mestre
Domingo
Mestre es un artista visual y escritor valenciano. Integró el consejo
editorial de la revista "Fuera de Banda" y es miembro del colectivo United Artists from the Museum y de la Plataforma Ex-Amics de l'IVAM.
Contra
el Arte como instancia metafísica porque con sus pretensiones de
trascendencia resulta incapaz de generar el más mínimo acontecimiento
que escape, siquiera por un momento, de la feroz tutela de la Realidad.
Realidad que no es, en el fondo, sino una falaz construcción cultural
tras la que se oculta nuestra impotencia para aceptar la insignificante
situación que ocupamos en el mundo. Y es que, tras la entrada en crisis y
posterior derrumbe de los postulados vanguardistas, son muchos
(demasiados) los que considerándose sus herederos putativos reclaman el
usufructo de un legado que, por derecho, a nadie pertenece; mucho menos a
quienes sólo pueden vanagloriarse de haber conseguido transformar lo
que fuera concebido como una «máquina de guerra», capacitada para trazar
creativas líneas de fuga, en el brazo acicalado e ilustrado del actual
Dominio Espectacular.
Por eso, ahora mismo, todo lo que se está haciendo desde el territorio del ARTE, no parece encaminado sino a la consolidación de su propio estatus en el entramado de la Cultura del Espectáculo. Operación que se está llevando a cabo con tanto éxito que, en muy poco tiempo, ha convertido al Museo en la institución sacra por excelencia [1]. Consideración ésta que ha sido aceptada hasta por quienes han hecho bandera de su ignorancia y su desprecio por estos temas. Y contra este «Estado de las cosas» parece que ya no resultan operativas ni las críticas ni los juicios razonables. Y no porque sean silenciadas o ignoradas, que también, sino porque todo aquello que no adopte de partida la lógica del Espectáculo [2], aunque consiguiera ver la luz, acabaría siendo sepultado de inmediato por las toneladas de artísticas memeces que se publican, a diario, en las páginas y suplementos de Cultura –y a las que su evidente irracionalidad, por desgracia, no hace más lúcidas–. La verdad es que tampoco se puede esperar gran cosa del sector Crítico-Cultural dado su alto grado de especialización en hacer lo que se debe aunque sea diciendo lo que no se debe. Ni siquiera albergamos esperanzas respecto a los propio artistas –al menos mientras sigan actuando como tales–, ya que incluso su propia rebeldía, en el caso de que la hubiera, estaría de antemano desactivada por la propia Institución que, astutamente, la tiene asumida como uno de sus paradigmas. En el mejor de los casos, no nos engañemos, todo lo producido por y desde el ARTE acabará siendo engullido y socialmente desactivado por el mejor papel couché del Mercado – y la foto de los protagonistas en el próximo suplemento del Arte es el precio que, hoy por hoy, está siendo acordado y comúnmente aceptado [3].
Pero también es verdad que ante esta situación ya no hay retroceso posible y todos los implicados sabemos que lo que se fue quedando en el camino, tras la pérdida de la Obra de Arte y de la fe en el Progreso, es algo irrecuperable. Por tanto, cualquier tentativa de vuelta atrás sería hoy una falacia tan grande, al menos, como las alocadas huidas hacia delante de quienes van corriendo tras el Futuro –o, más bien, su Futuro–.
De este modo cualquier búsqueda del sentido de la vida a través de los medios que nos proporciona la Institución ARTE queda reducida hoy a un mero simulacro vacío de sentido que, sin embargo, aparece con frecuencia preñado de nostalgias metafísicas. Tal como están las cosas, aquí y ahora, nos da la impresión de que, por no caber, a lo mejor ya no caben ni las estrategias deconstructivas –quizás, tan sólo, «la del caracol» y ni de eso estamos seguros– pues hasta la inversión concienzuda del presupuesto anterior, o sea, la posible búsqueda del sentido (o incluso del sinsentido) del arte a través del laberinto en que se ha convertido la Realidad de la vida acabaría tropezando, inevitablemente, con las infranqueables murallas de la erudición arborescente que nos está llevando, una y otra vez, a visitar los mismos lugares. Hermosos territorios desde los que no resulta difícil epatar al PÚBLICO pero desde los que nadie (nosotros tampoco) practicará ni atravesará puerta alguna.
Pero también Contra el Público
Contra el PÚBLICO, también, porque son los hombres y las mujeres los que, al constituirse como tales, reniegan de su origen, que no es otro que la gente: pura indeterminación inclasificable e incalificable, para convertirse en otra cosa, ésta sí perfectamente mensurable y controlable (y de esto algo sabemos los que hemos trabajado la performance). Es al aceptar este rol, que siempre viene impuesto desde arriba, cuando aquello que en principio era la gente se verá forzado a asumir la dinámica del grupo en el que se integra: la del Espectador. Contrafigura imprescindible para que el Espectáculo se constituya. Desde este posicionamiento, que abre un abismo conceptual entre quien hace y quien recibe, nada de lo que pueda suceder afectará en profundidad a ninguno de los implicados, pues su relación quedará condicionada por las leyes de la mediación espectacular. Y las prácticas que más afectadas se verán por ello serán, paradójicamente, aquellas cuyos planteamientos, en principio, se suponen más «radicales», tal como podrían ser la instalación [4] o la performance [5]. Será así como todos y cada uno de los actores de esta artística pantomima acabarán sustentando –y además desde abajo– las bases en las que se apoya la Sociedad del Espectáculo Integrado.
Por eso, ahora mismo, todo lo que se está haciendo desde el territorio del ARTE, no parece encaminado sino a la consolidación de su propio estatus en el entramado de la Cultura del Espectáculo. Operación que se está llevando a cabo con tanto éxito que, en muy poco tiempo, ha convertido al Museo en la institución sacra por excelencia [1]. Consideración ésta que ha sido aceptada hasta por quienes han hecho bandera de su ignorancia y su desprecio por estos temas. Y contra este «Estado de las cosas» parece que ya no resultan operativas ni las críticas ni los juicios razonables. Y no porque sean silenciadas o ignoradas, que también, sino porque todo aquello que no adopte de partida la lógica del Espectáculo [2], aunque consiguiera ver la luz, acabaría siendo sepultado de inmediato por las toneladas de artísticas memeces que se publican, a diario, en las páginas y suplementos de Cultura –y a las que su evidente irracionalidad, por desgracia, no hace más lúcidas–. La verdad es que tampoco se puede esperar gran cosa del sector Crítico-Cultural dado su alto grado de especialización en hacer lo que se debe aunque sea diciendo lo que no se debe. Ni siquiera albergamos esperanzas respecto a los propio artistas –al menos mientras sigan actuando como tales–, ya que incluso su propia rebeldía, en el caso de que la hubiera, estaría de antemano desactivada por la propia Institución que, astutamente, la tiene asumida como uno de sus paradigmas. En el mejor de los casos, no nos engañemos, todo lo producido por y desde el ARTE acabará siendo engullido y socialmente desactivado por el mejor papel couché del Mercado – y la foto de los protagonistas en el próximo suplemento del Arte es el precio que, hoy por hoy, está siendo acordado y comúnmente aceptado [3].
Pero también es verdad que ante esta situación ya no hay retroceso posible y todos los implicados sabemos que lo que se fue quedando en el camino, tras la pérdida de la Obra de Arte y de la fe en el Progreso, es algo irrecuperable. Por tanto, cualquier tentativa de vuelta atrás sería hoy una falacia tan grande, al menos, como las alocadas huidas hacia delante de quienes van corriendo tras el Futuro –o, más bien, su Futuro–.
De este modo cualquier búsqueda del sentido de la vida a través de los medios que nos proporciona la Institución ARTE queda reducida hoy a un mero simulacro vacío de sentido que, sin embargo, aparece con frecuencia preñado de nostalgias metafísicas. Tal como están las cosas, aquí y ahora, nos da la impresión de que, por no caber, a lo mejor ya no caben ni las estrategias deconstructivas –quizás, tan sólo, «la del caracol» y ni de eso estamos seguros– pues hasta la inversión concienzuda del presupuesto anterior, o sea, la posible búsqueda del sentido (o incluso del sinsentido) del arte a través del laberinto en que se ha convertido la Realidad de la vida acabaría tropezando, inevitablemente, con las infranqueables murallas de la erudición arborescente que nos está llevando, una y otra vez, a visitar los mismos lugares. Hermosos territorios desde los que no resulta difícil epatar al PÚBLICO pero desde los que nadie (nosotros tampoco) practicará ni atravesará puerta alguna.
Pero también Contra el Público
Contra el PÚBLICO, también, porque son los hombres y las mujeres los que, al constituirse como tales, reniegan de su origen, que no es otro que la gente: pura indeterminación inclasificable e incalificable, para convertirse en otra cosa, ésta sí perfectamente mensurable y controlable (y de esto algo sabemos los que hemos trabajado la performance). Es al aceptar este rol, que siempre viene impuesto desde arriba, cuando aquello que en principio era la gente se verá forzado a asumir la dinámica del grupo en el que se integra: la del Espectador. Contrafigura imprescindible para que el Espectáculo se constituya. Desde este posicionamiento, que abre un abismo conceptual entre quien hace y quien recibe, nada de lo que pueda suceder afectará en profundidad a ninguno de los implicados, pues su relación quedará condicionada por las leyes de la mediación espectacular. Y las prácticas que más afectadas se verán por ello serán, paradójicamente, aquellas cuyos planteamientos, en principio, se suponen más «radicales», tal como podrían ser la instalación [4] o la performance [5]. Será así como todos y cada uno de los actores de esta artística pantomima acabarán sustentando –y además desde abajo– las bases en las que se apoya la Sociedad del Espectáculo Integrado.